25 de octubre de 2011

Cuando las cosas hacen ¡BUM!

Estos días de la mano de la lectura de 'Mil violines' de Kiko Amat, me ha dado por pensar en cómo llegué a aficionarme tanto a escuchar música y de cuáles han sido mis pasos desde entonces. Una especie de 'taller de memoria' (como el disco de los Jonston) para explicar mis vinculaciones con la música popular a lo largo de mi vida. Dijo David Morán, en una apasionada reseña de 'Rompepistas', que es la novela que todo adolescente debería leer en el instituto por prescripción de los planes de estudio. Yo lo suscribo totalmente. Es hora de empezar a dar importancia no sólo a la enseñanza canónica, que la tiene, y confiar un poco más en La Escuela Moderna.


Mientras más lo odian los jevis, más amo a Kiko Amat. Para una chica cuyo juego infantil favorito era realizar magazines musicales grabados en el radiocassette de osito-obviando el contenido musical, en el que había mucho de aquellos vinilos recopilatorios tipo Boom 89 heredados de los Reyes Magos de mis hermanos mayores-,ganarse el pan escribiendo, y escribiendo de música es motivo de la más mala de las envidias humanas. Partiendo de ella, lo que me gusta de Kiko Amat tiene que ver mucho con mi tendencia a aferrarme a la postadolescencia enfermiza, empecinarme en sentir nostalgia por todo y en pensar en la música como uno de los elementos indispensables para la vida en la tierra. Ah, una cosa más; nuestro amor incondicional a Francisco Casavella.
 
Complejo de no ser una auténtica 'collector'
Kiko y yo, no obstante, nunca seremos amigos. Según su libro 'Mil Violines' (Mondadori, 2011), una persona que tenga unos 50 discos y que no sean vinilos, no es digna de ser mirada. Yo tendré unos 300 cds y 50 vinilos. Soy del 84, crecí con las TDK y el CD irrumpió en mi vida prácticamente para irse de la mano de herramientas diabólicas tipo Emule, Soulseek y más tarde Rapidshare, Megaupload y Mediafire hasta la llegada del Spotify. Menos mal que por el camino me encontré con algunos amigos que actuaron a modo de dealers, como los llama Amat, y me metieron el gusanillo del gusto por los discos, las ediciones y el pasearse por las tiendas de discos.

Kiko Amat


La ausencia de subculturas adolescentes en mi pueblo
En el terreno musical tengo la sensación de siempre haber llegado tarde a todo. Aunque eso también me lleva a la reflexión de que no hay actitud más hipster que ésta. Creo que yo que el Sant Boi del 87 que él retrata en 'Rompepistas' (Anagrama, 2009) con sus skins y sus punks era mil veces más urbanita que mi pueblo de la sierra onubense. Pese a todo, el autor se empeña en hacernos ver que su ciudad era lo más cutre del globo y eso no tiene pinta de ser tan así. De hecho, en 'Harto de todo' (Bcore, 2011), que viene a ser el 'Por favor, mátame' del punk barcelonés, muchos de los entrevistas apuntan la escena de San Boi como una de las consolidadas y adelantadas al momento.

A mí es que, pese a gustarme mucho la música, nunca se me ha dado bien ser una inadaptada social. Otra condición que falla a la hora de ganarme la simpatía del mod barcelonés que nos ocupa. Aquello de la mítica canción garagera 'Born Loser' no se cumple. (La canción la puedes escuchar AQUÍ)
 
 A lo máximo que llegué es a lo típico. Leer poesía suicida en el instituto, un poco de filosofía existencialista y escuchar algunos temas grunges (Sé que a Kiko Amat no entra la poesía y no soporta lo arty, sesudo e intelectualizado aunque luego se encargue de proyectos de Spoken Word tipo 'C60' en el Teatre Lliure). Si tuviera que confesar cuál fue mi primer cassette, supondría mi ruina personal. Un detalle biográfico más: bailé la coreo de Las Spice Girls justo antes de la extinta 'Superpop' me salvará de las garras del diablo con su obsesión por los últimos y más superficiales coletazos del britpop. Es así como mi carpeta escolar se llenó de fotos de los hermanos Gallagher.
 
 
 
Let's Blubbing Together!!
En el instituto, mi compañero de mesa al que llamábamos desde el pleno desconocimiento 'el Popi', me habló por primera vez del Northem Soul. Fue de la mano de los primeros discos de Belle and Sebastian y la influencia supuesta que tenía en sus componentes Stuart Murdoch y Cía.


 La verdad es que el pleno gusanillo musical vino de la mano de conocer a los chicos del Blub, un fanzine sobre música y diseño, y de la mano de una mítica del indie cordobés-sevillano 'Martasugus', ahora reconvertida a community manager revolucionaria y otras historias 'quincemayistas'. Además, picha canciones bonitas para bailar en muchos bares de Madrid como Patty Hearst. Ella me dio a conocer a la gran dama del twee, Amelia Fletcher, a Heavenly y todo lo relacionado con la C86 y Sarah records. Y a partir de ahí las cosas hicieron BUM! Como en la segunda novela de Amat.

1 comentario:

Guillermito dijo...

Bueno, Kiko Amat creo que es demasiado barcelonés como para entender como estaban las cosas en la esquina contraria del mapa pensinsular, aunque no me extrañaría que de haber vivido por aquí de no haber habido escena, se la hubiera inventado igualmente.

Por cierto yo también tenía un 'popi' en la universidad y mi primera cinta de cassete fue de Emilio Aragón. Kiko Amat, si estás leyendo esto que sepas que algún día escribiré un libro sobre mods que se metieron a cobradores del frac y usaré fotos tuyas sin tu permiso mwahahaha...