La primera vez que escuché hablar de Michael Gira fue en 2012. Sí, en 2012. En mayo de 2012, un par de horas antes de asistir a su concierto en el Auditori del Fórum en el Primavera Sound. Sabía quiénes eran Swans. Lo sabía por ser lectora asidua de prensa musical y por tener amigos obsesionados por la música. No me avergüenza ni me importa decir que nunca los había escuchado. Para los más mitómanos debo añadir que lo vi en persona por Diagonal, allí fumando en la puerta del hotel, con su traje de chaqueta blanco y su sombrero tejano. Sí, lo vi. A mi acompañante le hacían los ojos chiribitas y yo, como soy de pueblo, no tuve ningún reparo en ofrecerme a ir y preguntarle si se podía hacer una foto con él. En seguida salieron las vergüenzas, los reparos y los respetos.
El concierto de Michael Gira me fascinó. Fue amargo, correoso, angustioso, hiriente y muy íntimo. El hombre llegó a un mantra tal que realizaba un uso percusivo de sus mejillas. Vamos que se metía bofetadas o hostias como panes en la cara. Tras el concierto, salió su disco y empecé a leer sobre la banda. Ahora resultaba que todo el universo de mi alrededor eran fans del grupo de toda la vida (Tururú).
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Foto de Dani Cantó. Concierto de Swans en el Primavera Club en Barcelona. |
Yo voy porque creo que en directo pueden gustarme. Voy porque como melómana creo que es una oportunidad única. El mejor disco del año para casi todas las publicaciones influyentes tocado a 20 minutos de tu casa y no vas. No está bonito. Ahora bien, que no me toquen la moral si me salgo del concierto, si no me gusta o si suelto el comentario que me parezca más oportuno. A ver si el mundillo hipster es capaz de liberarse del yugo este de mierda de eres lo que te gusta y lo que te gusta es lo que te dicen que te debe gustar.
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