5 de octubre de 2012

De la música como autoayuda, la muerte del autor y "Los Movimientos" de El Hijo


Reconozco haberle perdido la pista a Abel Hernández (Migala, Emak Bakia). Más allá de leer periódicamente sus posts en el blog de El Cultural, algunos de ellos auténticas perlas -de lo mejorcito en la crítica cultural actual, en mi humilde opinión-, había dejado de escuchar su música. Como El Hijo lo vi en concierto en el inicio de su andadura en solitario y en casa escuché algunas veces su EP "Canciones gringas". A partir de ahí, El Hijo desapareció de mis listas de reproducción y ni rastro de algunos de sus discos en mi estantería.



También reconozco desde hace tiempo me he vuelto descreída y algunas de las cosas que antes defendía a pies juntillas ahora prácticamente las rechazo. Eso me ha pasado por ejemplo con las revistas musicales.  Hace ya unos añitos recuerdo esperar con impaciencia la salida del número mensual de Rockdelux. Antes aún, cuando aún no podía permitirme gastarme todos los meses ese dinero en una revista, iba a mi bar favorito a leerla. Curiosamente no era la única y algunas veces teníamos que guardar una especie de cola absurda para ver qué entrevistas, qué reseñas, qué discos y artistas eran los elegidos por nuestros admirados críticos.

En Sevilla, sólo había un quiosco- y en un barrio periférico- en el que poder comprar la revista Go-Mag, y aunque tiene distribución gratuita, a veces, cuando la edición de pago traía un cd molón, dábamos un largo paseo hasta los confines de la ciudad impulsados por el deseo de saber más sobre la música que nos apasionaba. Estas ganas, no es que ya no sean las mismas, es que se han revertido. Basta que algunas de estas publicaciones- a la que añado Mondo Sonoro o Playground- destaque algo con ahínco para que yo, incluso, lo ponga en duda. No sé por qué, pero creo que somos muchos los que estamos decepcionados con la deriva del periodismo cultural en nuestro país y ya ni hablamos de los criterios de selección de contenidos. Quiero creer que son más cuestiones empresariales que personales. De ahí que siga con interés el trabajo de críticos y plumillas que me parece defienden con criterio, dignidad y contexto sus publicaciones.

Pues bien, Playground precisamente recomendaba fervientemente el nuevo trabajo de El Hijo, "Los Movimientos", y automáticamente se produjo en mí el rechazo del que hablo en el párrafo anterior. Craso error. Mea culpa. Hoy me he levantado y no sé exactamente por qué- bueno sí- he decidido escuchar "Los Movimientos". Me he animado porque a pesar de mi decepción por las revistas musicales -así en general-me encanta seguir a críticos que admiro en sus blogs o redes sociales. Y  curiosamente, la redactora jefe de Rolling Stone en España, Bea G. Aranda, hablaba de una de las canciones de este disco en su twitter.  Habiendo comprobado ya que comparto algunas filias con ella, me he animado. Y menos mal. No me hubiera perdonado perderme este disco.

No es que me sorprenda el lirismo de las letras de Abel Hernández, al que la pluma se le ha dado siempre bien. Lo que pasa es que de nuevo se cumple esa máxima para algunos tópica de que la música no sólo amansa fieras, sino que se convierte en el bálsamo perfecto, en la terapia emocional que uno en su día a día necesita. Esto viene a reforzar lo que siempre intento hacer ver a algunos de mis amigos más dogmáticos y vehementes, que tachan discos y artistas, basándose en criterios como "a mí ese rollo no me va" o "yo escucho otro tipo de música". Muchas veces una canción que un momento te parece horrible o no te comunica todo, en otro momento te parece una obra maestra. Y sí, puede resultar muy postmoderno afirmar que todo depende del contexto de la escucha, pero tiene su parte de verdad.

Hay discos y discos y canciones y canciones. Canciones universales, pildoritas pop, rarezas necesarias y todas ellas pueden formar parte de ti según tu momento de escucha y tu capacidad de meterte en la genética de ellas. Tú completas el significado de lo que escuchas, lo haces tuyo, lo deformas y haces cumplir ese razonamiento aplastante que desglosó Roland Barthes en "La muerte del autor". Lo que importa no son los enunciados, sino la enunciación; el nacimiento del lector es la muerte del autor. Si Barthes cree que la obra se completa así, creo que en mí ha ocurrido eso con "Los Movimientos": Un auténtico viaje de la naturaleza a la ciudad, de lo que piensan los demás a lo que le pasa a uno mismo.

Todo esto sin entrar a valorar las melodías, el trabajo instrumental, las cajas de ritmos y samplers, el exquisito uso de la guitarra acústica, los arreglos de percusión y cuerdas, los coros, el regusto Spector, las reminiscencias glam, el toque kraut de algunas canciones, etc. Desde aquí lo recomiendo con todas mis fuerzas.